Por Tu Salud

El dolor es amigo y enemigo

Imaginemos un concurso de televisión en el que el público pudiera votar para desterrar del cuerpo humano alguno de los mecanismos fisiológicos más comunes (comer, dormir, estornudar, bostezar…). Sin duda ya en la primera eliminatoria la víctima sería el dolor.

A nadie le gusta el dolor. Es incómodo, inoportuno e incapacitante. Es un engorro en el mejor de los casos y puede hasta convertirse en un obstáculo importante en nuestra vida.

Y a pesar de esto, el dolor es nuestro amigo. Por eso existe. Nos indica que alguna cosa no va bien, que debemos actuar si no queremos que se produzca un daño más grave.

Por ejemplo, cuando nos torcemos el tobillo nos duele para que no se nos ocurra apoyarlo en el suelo y empeorar así la lesión. Gracias al dolor sabemos que no es bueno hacer cosas como jugar con fuego o golpear la cabeza contra una pared.

Parece evidente, pero sin estas señales nerviosas tan delicadamente coordinadas no podríamos detectar y evitar muchos de los peligros que nos rodean. Ni tampoco tendríamos un aviso cuando algo no funciona en nuestro interior.

El problema viene cuando nos damos por enterados o cuando esta alarma se queda bloqueada en la posición de ‘encendido’ sin motivo aparente: no se puede desconectar. Hay que echar mano de la química para engañar a nuestros sentidos. Los analgésicos son fármacos muy útiles, pero tienen sus limitaciones. Encontrar el interruptor que nos permita apagar el dolor cuando queremos sin que esto genere efectos secundarios insoportables es uno de los retos de la medicina moderna.

Por eso son tan importantes los trabajos de los doctores Watkins, Minke y Julius, que acaban de recibir el premio Príncipe Asturias de Investigación Científica y Técnica. Antes de poder cambiar algo en nuestro organismo, tenemos que entender cómo funciona el proceso al nivel de las células y las moléculas implicadas, y esto es lo que sus estudios nos revelan.

Los tratamientos actuales contra el dolor actúan de forma genérica y más bien imprecisa, y su efecto analgésico fue descubierto en muchos casos de forma accidental.

El objetivo es encontrar una nueva generación de estrategias que nos permitan silenciar específicamente aquellas células que son un problema, bloquear los mecanismos que les permiten generar y trasmitir el impulso doloroso

Fuente: elmundo.es

Shares:

Related Posts

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *