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Supervivencia no es lo mismo que resiliencia

Fue el psicoanalista francés Boris Cyrulnik quien acuñó el término resiliencia, investigó qué hacía que la mayoría de las personas perpetuaran las heridas recibidas en la infancia y las repitiera.

Fue el psiquiatra, neurólogo, psicoanalista y etólogo francés Boris Cyrulnik quien acuñó el término resiliencia para aplicarlo a la psicología.

Procede de la ingeniería, disciplina que llama resiliencia de un material a la energía de deformación (por unidad de volumen) que puede ser recuperada de un cuerpo deformado cuando cesa el esfuerzo que causa la deformación.

Si investigamos su significado etimológico, resiliencia viene del término latín resilio, “volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar”.

Cyrulnik analizó diferentes situaciones humanas de gran adversidad y trauma observando cómo algunos individuos, no solamente se sobreponían, sino que dicha adversidad suponía un ejercicio de superación personal, transformándoles.

Quiso investigar entonces qué hacía que la mayoría de las personas perpetuaran las heridas recibidas en la infancia y las repitiera en una cadena generacional y otros, sin embargo, parecían dotados de cierta inmunidad frente al dolor.

Así, una mujer que ha sufrido maltrato desde pequeña, infringido por su padre, es altamente probable que se convierta en una mujer maltratada o un niño cuyo padre estuvo ausente no parece probable que cuente con los recursos como para poder ejercer una paternidad futura sana con sus propios hijos.

Sin embargo, de vez en cuando, la psicología señala con renovada esperanza a aquellas personas que no responden al trauma con los pronósticos esperados, sino que lo revierten.

Es decir, la misma niña maltratada buscará un compañero como marido completamente alejado de ese patrón tóxico de relación o el niño sin padre, precisamente por ello, tratará de ser el mejor progenitor posible en un intento de cubrir aquello que faltó en su mundo afectivo.

La pregunta que surge entonces es, ¿qué es lo que los diferencia?

Es importante señalar que supervivencia no es lo mismo que resiliencia. Muchas personas que han sufrido traumas severos en algún momento de sus vidas se autodefinen como resilientes, pero no lo son. El superviviente sobrevive al trauma, pero este la acompaña por el resto de su vida, impregnándolo todo, decidiendo por él y estructurando el guion de su existencia.

El resiliente en cambio, transforma el trauma y le da un significado que le sirve de trampolín y le modifica. No existe la invulnerabilidad al dolor, lo que sí existe es la manera distinta de metabolizarlo.

Mucho se ha investigado desde entonces, por profundizar en esta puerta a la esperanza que nos aleja de los determinismos que hasta hoy enunciaba la psicología. Dice el propio Cyrulnik: “Una infancia feliz no garantiza una vida adulta feliz. Ni una infancia desgraciada nos condena a una vida desgraciada”.

Fue entonces cuando se hizo necesario determinar dónde estaban esas diferencias para poder reproducirlas o estimularlas y favorecer así las probabilidades de felicidad en las personas.

Y por supuesto, nuevamente volvemos al lugar donde todo empieza: el útero materno, mejor dicho, en el vínculo afectivo (o no) que se desarrolla desde antes de la concepción.

La capacidad de resiliencia depende en palabras del propio Cyrulnik, “del desarrollo afectivo del niño y este, a su vez, del cariño que recibe“.

Ahora bien, cuando este desarrollo afectivo sano no se produce, el niño no está condenado a un destino fatal, como ya hemos visto.

Fuente: El País

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