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La vulnerabilidad de un corazón roto

La vulnerabilidad de un corazón rotoEl escritor Peter Viertel falleció el pasado mes de noviembre tras agravarse el cáncer de estómago que padecía. Tan sólo 22 días antes había muerto su esposa, la actriz Deborah Kerr, y los amigos de la pareja están convencidos de que la pérdida del amor de su vida empeoró el estado de Viertel. Esta teoría la confirma ahora una revisión de estudios, que recoge que la pena por perder a un ser querido aumenta el riesgo de mortalidad así como las posibilidades de padecer problemas físicos y mentales.

La doctora Margaret Stroebe y su equipo, del Instituto de Investigación para la Psicología de la Universidad de Utrecht (Holanda) ha revisado todos los trabajos publicados hasta la fecha sobre los riesgos de un corazón roto. Sus conclusiones, publicadas en la revista The Lancet, señalan que el riesgo de muerte es especialmente alto en las primeras semanas tras la pérdida, aunque algunos investigadores indican que puede mantenerse hasta seis meses.

Varios estudios muestran que los hombres mayores de 60 años que se quedan viudos tienen un 21% más riesgo de morir por cualquier causa que los varones de su misma edad que no han experimentado esta tragedia. Para las viudas, el riesgo es del 17%. Entre las causas que pueden llevar al fallecimiento destacan los accidentes y el abuso de alcohol, sobre todo en el caso de los hombres. El empeoramiento de enfermedades coronarias y de ciertos tipos de tumores, como el de pulmón también se relaciona con la pena.

En cuanto al suicidio, Stroebe ha observado que en los primeros 30 días de quedarse viudos los hombres tienen tres veces más riesgo de suicidarse, mientras que las mujeres viudas no contemplan esta opción. Sin embargo, en el caso de perder a un hijo, las posibilidades de suicidarse aumentan para los dos padres.

Sin llegar a extremos tan drásticos como quitarse la vida, los individuos que pasan una temporada con el “corazón roto” pueden sufrir tanto síntomas físicos como psíquicos. Entre los primeros, los más habituales son “dolores de cabeza, mareos, indigestión y dolor en el pecho”, mientras que a nivel psicológico suelen experimentar “depresión, soledad, insomnio, ansiedad y angustia”. Los autores afirman que “estas sensaciones pueden llevar a las personas a adoptar hábitos de vida poco saludables, lo que empeora aún más su estado”.

Aunque los investigadores señalan que “la pena no es una enfermedad y gran parte de las personas que sufren la pérdida de un ser querido se recuperan sin necesidad de ayuda profesional”, sí reconocen que “se necesita más comprensión sobre las reacciones y los síntomas que se desencadenan tras un golpe afectivo de esta magnitud para prevenir posibles suicidios y mejorar la calidad de vida de las personas que se han quedado sin un amor”.

Fuente: elmundo.es

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