Cáncer

Los efectos de las terapias son un signo de que funcionan

Los efectos de las terapias son un signo de que funcionanPara muchos pacientes con cáncer, los efectos secundarios de las terapias suelen ser una carga añadida a la propia enfermedad. Sin embargo, un nuevo trabajo sugiere que en el caso de los tratamientos hormonales que se utilizan en los tumores de mama, la toxicidad de los fármacos puede servir como factor pronóstico de futuras recaídas. Las mujeres más afectadas por los sudores y los problemas de articulaciones ligados a medicamentos como el tamoxifeno fueron las menos propensas a recaer.

En el caso de algunas quimioterapias, la reacción del paciente suele estar ligada a la dosis, lo que obliga a limitar la cantidad de medicamento hasta un límite tolerable. Sin embargo, con algunas de las nuevas terapias oncológicas, que funcionan mediante mecanismos diferentes, empieza a observarse que esos efectos adversos son independientes de la dosis y de hecho, parecen ser un signo de cómo está respondiendo el tumor. Es el caso de anticuerpos como cetuximab, o de inhibidores de las quinasas (como gefitinib), que provocan en la piel una especie de sarpullido.

Una investigación que publica esta semana la revista The Lancet Oncology, sugiere que en el caso de los tratamientos hormonales que se emplean para tratar algunos tumores mamarios, las reacciones vasomotoras (sudores fríos o calientes inesperados, sofocos) y otros síntomas en las articulaciones podrían ser en realidad un indicador de menor riesgo de recaídas futuras. Ambos tipos de problemas están relacionados con una reducción de la concentración de los estrógenos en el organismo (la hormona femenina por excelencia y que actúa ‘gasolina’ para este tipo de cáncer con receptores positivos).

Para comprobarlo, tomaron los datos de casi 4.000 mujeres con cáncer de mama hormonodependiente; es decir, que responde al tratamiento con medicamentos hormonales como tamoxifeno o los más modernos inhibidores de la aromatasa, que funcionan bloqueando la acción de los estrógenos.

El 37,5% de ellas aseguró que después de tres meses de terapia había empezado a notar molestias vasomotoras; y precisamente fueron ellas las que menor tasa de recidivas del tumor resgitraron transcurridos nueve años de seguimiento. Concretamente, los investigadores observaron un 18% de reapariciones de la enfermedad entre las mujeres que más habían sufrido los efectos secundarios de los fármacos, frente al 23% de recaídas entre las que no tuvieron molestias.

Otro 31% mostró dolor e inflamación de las articulaciones, un síntoma más relacionado con el consumo de inhibidores de la aromatasa (la versión ‘moderna’ del tamoxifeno). En este caso, la aparición de estos síntomas volvió a relacionarse con una menor tasa de recaídas (14% frente a 23% en el resto de mujeres). En general, subraya el documento, las mujeres que estaban recibiendo inhibidores, como anastrazol, tenían mejor pronóstico de futuro que las que tomaban tamoxifeno, independientemente de su reacción al tratamiento; y también señala que los problemas articulares tienen más valor predictivo que los vasomotores.

El mensaje optimista de sus resultados, subrayan, es que este hecho puede animar a las mujeres que estén sufriendo los efectos de la terapia hormonal a seguir adelante con la medicación, y a mejorar su adherencia al tratamiento, incluso aunque no haya manera de aliviar los molestos sofocos y sudores nocturnos. De hecho, en este caso, a pesar de los problemas que comentaron las participantes en su primera revisión (a los tres meses de comenzar el tratamiento), más del 80% de ellas sigió tomando sus pastillas tal y como le había indicado el médico.

Los investigadores, encabezados por Jack Cuzick, de la Universidad de Londres, reconocen que serán necesarios más trabajos para estudiar en profundidad el porqué de este fenómeno. Aunque no descartan que la respuesta genética individual de cada mujer al metabolizar el tratamiento pueda influir de alguna manera.
Fuente: EFE

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