Al llegar a la edad en la que alguien considere que es viejo, es probable que crea que su tiempo ya pasó para muchas cosas, que ya no es protagonista y que es hora de retirarse a la tribuna a ser no más que un simple espectador de lo que hacen los que aún están en “sus mejores años”.
Uno de los aspectos de los que muchos hombres y mujeres se retiran con el paso del tiempo es el que tiene que ver con su sexualidad.
Al transcurrir los años, quizá una pareja llegue a reducir la frecuencia de sus relaciones físicas a cero, e incluso a sentirse un poco culpable cuando uno de los dos siente y expresa un deseo sexual.
Estamos en una sociedad en la que se enaltece al cuerpo joven. Es tal el bombardeo informativo que asocia sexo con juventud que llegamos a considerar esa etapa de la vida como lo única que puede disfrutar del placer.
Todo esto contribuye a que se fortalezcan muchos prejuicios que consideran que la sexualidad en el viejo no es posible ni necesaria.
Es cierto. Algunas capacidades físicas se ven disminuidas con el aumento en la edad. Claro que esto depende del grado de salud individual, pero en general las reacciones ante la excitación sexual se van volviendo más lentas y menos intensas, y una vez que se ha producido una, es mayor el tiempo que se tienen que esperar para que pueda tener lugar otra. Es una tendencia natural.
Muchos ancianos, ante esta situación corporal, reaccionan sintiéndose inadecuados, con vergüenza respecto a su propio organismo.
Es probable que estos cambios en su cuerpo le sean tan profundamente dolorosos que se los calle y los guarde para él solo.
Como se trata de cosas que no se pueden disimular, la persona puede tender a hacer del sexo genital un tema prohibido que ya no toca ni siquiera con la pareja con la que ha compartido muchos años de intimidad.
El problema radica en confundir sexualidad con genitalidad. La genitalidad depende mucho más de un estado físico. La sexualidad es mucho más amplia.
En realidad el que los humanos sintamos un deseo erótico hacia otra persona tiene que ver con muchos otros aspectos que no necesariamente incluyen características físicas. El verdadero deseo va bastante más lejos que al sólo hecho de hacer el amor con los órganos genitales.
Así, el erotismo puede seguir muchos caminos. Y en la vejez, cuando las reacciones físicas ya no son iguales, la sexualidad puede convertirse en algo mucho más creativo en lo corporal y mucho más intenso en lo espiritual.
Algunas manifestaciones de esta energía, siempre presente, pueden tomar forma en esta etapa de la vida a través de las miradas y las caricias, en el juego del coqueteo donde lo más satisfactorio es darse a la tarea de encontrar nuevas maneras de desear al otro y de hacer que el otro lo deseé a uno, para al final ambos dejarse atrapar.
Se trata, paradójicamente, de una situación similar que puede tener lugar en los inicios de la adolescencia, cuando por lo general, el joven está explorando las sensaciones placenteras que experimenta su cuerpo sin necesariamente llegar a una relación genital, y llega de todas formas a vivenciar el placer.
Lo importante es evitar la monotonía y, sobre todo, enfrentar con realismo el temor al fracaso físico, por lo que se torna como único camino el abrir la comunicación con el otro, aceptando el propio cuerpo, como es, con amor, que sólo así podremos amar con él a nuestra contraparte.
La vejez es, pues, una oportunidad de encontrar esos caminos y recrearse en ellos; de encontrar una satisfacción erótica con el cuerpo y con el alma a través de amar en un sentido mucho más profundo.
Fuente: Hugo Arellano