La vida nos llevó a la cuarentena, atentos a la contingencia, a la enfermedad y a la muerte. En especial, los chicos observan su ser vulnerable, la necesidad de ser protegidos.
Buscan los recursos internos de los adultos para mantenerse a salvo. Aprenden los aspectos positivos del miedo, venciéndolo con el cuidarse mutuamente, en contacto con sus sentimientos, notan los cambios en su cuerpo, sueño, apetito y conductas.
Observan el contexto y la realidad social en el que las escuelas se cerraron, desaparecieron sus maestras y amigos.
Perdieron las visitas de primos y abuelos, pero ganaron. Solos con mamá y con papá. Ellos por fin están de acuerdo en algo, por la importancia de la salud.
Se hicieron a sí mismos preguntas importantes y se pusieron a preguntar. ¿Qué es lo más más importante en la vida, mamá? pregunta de un niño de 4 años que algún día será hombre.
¿Por qué no puedo dormir? por más que quiero mi cuerpo se despierta y no es por chantajear, comenta una niña de 7 años. ¿Nos vamos a morir? ¿Cómo enferma el coronavirus? Y fueron escuchados.
Se refundaron los principios de la intimidad en los vínculos. Las preguntas permitieron conversaciones de mutualidad con cada uno de los padres, ampliaron su visión colectiva.
Observaron nuevos modelos revalorizados de oficios esenciales para la vida. El juego y la creatividad vuelven a sus vidas, ser el doctor que informa del coronavirus, dan clases sobre lo que aprenden y se videograban.
Vimos a niñas bailando con sus padres danzarines profesionales en la cocina. Sin la escuela o guardería, atendidos por sustitutos paternos, descubrieron sus talentos, y la interacción de estar con papá no importa si es lunes o domingo.
El estar confinados, puso la casa al límite. Forzó la necesidad de organizarse de una nueva manera, de lo contrario reinaría el caos. Circulan en las redes consejos para que los nuevos padres sobrevivan.
Hubo desesperación e irritación en los adultos pues se borraron las fronteras entre la casa y el trabajo, fallaron los límites en la rutina diaria.
Los ciclos y transiciones para el cambio de actividades colapsaron y esto afectó la convivencia. Hay nuevos límites entre las horas de home office, juego, distribución de las labores del hogar, con iniciativas imaginativas y nuevas soluciones a los conflictos.
Se incluye a papá que ahora comprende lo que mamá demandaba desde hace años: involucrarse en la crianza. Papá ha recordado un antiguo refrán: para criar un niño se necesita una tribu.
Cocinan, se comparte la habitación o la mesa para que todos, diferenciados, trabajen en lo suyo juntos.
Haya habido paz y seguridad o violencia, se siente la necesidad de cambio, pues en circunstancias normales, salir de casa facilita huir temporalmente de la agresión y regresar perpetuando el ciclo.
El confinamiento arrojará luz a la infancia sobre la compasión amorosa, preocupación por el otro, que las cosas pueden ser mejoradas, cómo uno mismo puede sanar, las fortalezas y debilidades propias, el disfrute de la convivencia y el juego, las ventajas de trabajar y estudiar en casa conociéndose, tanto, que muchas familias han aceptado con beneplácito, en parte, la extensión de la cuarentena.
El planeta en modo pausa trajo a papá a casa y, además, un efecto super positivo en el medio ambiente, más rápido que todas las soluciones para paliar el cambio climático que los adultos no toman. Ahora se debe practicar el arte de la paciencia.
Fuente: Guadalupe Sánchez