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La maternidad y la paternidad son una elección

La maternidad y la paternidad son una elección, pero si no se considerara una actividad tan sacrificada, quizá cada vez más mujeres y hombres se animarían a tener hijos. A formar una familia.

¿Por qué la maternidad tenía que representar un sacrificio tan grande cuando estaba haciendo lo que deseaba? ¿Por qué el discurso generalizado giraba en torno al sufrimiento?

La maternidad y la paternidad son una elección, como casarse, escribir un libro o elegir una ciudad que podamos llamar hogar y, al igual que todas esas decisiones, hay otras opciones que debemos excluir. Así que no queda claro por qué tomar esa decisión se ha convertido en sinónimo de sacrificio.

Este rol necesita una renovación conceptual urgente; la paternidad muy pocas veces recibe una compasión tan santurrona. No sorprende el hecho de que la mayoría de mis amigas hayan elegido no tener hijos y que las mujeres adopten el término “Sin niños”, como si estuvieran libres de alguna enfermedad. Todavía no nos pagan los permisos de maternidad, los servicios de cuidado infantil y de salud son costosos, el Estado no ayuda mucho, ¿y ahora nos decimos unas a otras que, de cualquier modo, la maternidad es bastante fea?

Es difícil describir la felicidad de la maternidad. No es tan “instagrameable” como una vida de vacaciones eternas, cielos azules, cocteles y repostería local en las calles empedradas de tierras lejanas, así que no queda registrada en encuestas, ni en conversaciones casuales. No se trata de una felicidad que pueda compartirse con tanta facilidad con el mundo o en las redes sociales.

En los restaurantes, cuando mi hija con sus dos dientes y medio, arruga su carita, yo miro alrededor para ver si alguien se dio cuenta y quedó cautivado. Nadie la vio y me molesta, aunque yo misma ignoro a otros bebés que están a mi alrededor. La felicidad y la diversión de la maternidad son tan personales, tan íntimas y tan egoístas, que no hay manera de explicárselas al mundo, en especial a nuestro pesado mundo actual de las redes sociales.

Jennifer Senior, autora de All Joy and No Fun: The Paradox of Modern Parenthood, asegura en una entrevista que el “sentimiento cuando escuchas la risa de tu hijo o cuando dice algo que es absolutamente extraño, reflexivo o sensible, no puede equipararse con reírse a todo pulmón, ver una película o pasar un rato muy agradable con un amigo. Es una categoría de experiencia diferente”.

Es una categoría diferente, que no puede compararse con tu vida previa a los hijos porque, una vez que eres padre, no hay punto de comparación.

Pero, quizá debamos decirlo más a menudo entre nosotras. Si no se considerara una actividad tan sacrificada, quizá cada vez más mujeres se animarían a tener hijos. Si no nos dijeran que vamos a perder cada partícula de nuestro ser que tanto trabajo nos ha costado amar.

Quiero disfrutar este momento sin advertencias, sin el discurso de abnegación y sin notar este cambio en mi identidad. Quiero ser madre y escritora y un montón de cosas más, sin ninguna opinión respecto al orden de esas identidades.

En todo caso, hasta ahora ser madre es bastante disfrutable y autoindulgente. Tengo una hija en la que busco constantemente pedacitos de mi ser, y los encuentro; mejor aún: encuentro pedacitos de mi ser mejorados.

Tan feliz estoy que estoy haciendo todo de nuevo, y esta vez tengo planeado disfrutar la etapa del recién nacido sin importar lo que digan los demás… y mira que todo mundo tiene algo que decir acerca de tener dos hijos menores de dos años.

Y cuando, con el tiempo, mis hijos tengan sus propias redes sociales, me aseguraré de que elijan fotos mías donde yo luzca radiante y feliz, sin importar cómo se vean ellos, y no les permitiré hablar de mi abnegación y sacrificio.

Fuente: Diksha Basu

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