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Trata de combatir la desesperanza

¿No ha vivido de cerca ninguno de los hechos violentos de los últimos meses pero se siente ansioso, desesperanzado e incluso teme por su propia seguridad y la de su familia?

Trata de combatir la desesperanza¿No ha vivido de cerca ninguno de los hechos violentos de los últimos meses pero se siente ansioso, desesperanzado e incluso teme por su propia seguridad y la de su familia?

Si su respuesta es afirmativa, quizá sea parte de quienes sufren estrés disruptivo, un estado similar al que experimentan los habitantes de países en guerra. Esta condición origina desesperación y, en algunos casos, depresión.

“La población está cada vez más temerosa, la invade un sentimiento de incertidumbre y desesperanza porque percibe que la violencia aumenta cada día”, afirma Sergio Sánchez Pintado, presidente de la Asociación Mexicana de Estrés, Trauma y Desastre.

El concepto “estrés disruptivo” fue acuñado por un grupo de expertos encabezado por Mordechai Benyakar, psiquiatra argentino que vivió de cerca el drama cotidiano de la guerra en Israel y que ahora preside la sección de Estrés, Trauma e Intervención en Desastres de la Asociación Mundial de Psiquiatría.

Según Benyakar, las personas se ven indefensas porque dejan de sentirse protegidas por las instituciones sociales. Sánchez Pintado considera que actualmente se vive una situación de desastre más compleja que la provocada por un fenómeno de origen natural.

“Cuando el desastre tiene origen natural, la afectación psicológica, aunque traumática, es menor que cuando es causado por el hombre. En el primer caso, la gente piensa que es ‘cosa de la naturaleza’ o ‘de Dios’, la recuperación es más sencilla; en el segundo, los trastornos son más graves porque la sociedad atribuye la catástrofe a la maldad humana”.

Aun de lejos, afecta

A pesar de que la violencia no alcanza directamente a todos, puede generarse un estrés colectivo.

“Las personas pueden verse afectadas con el simple hecho de ver, a través de los medios de comunicación, actos de violencia, aunque hay unas más susceptibles que otras”, explica Sánchez Pintado.

Con mayor razón les impacta a quienes fueron víctimas directas, a sus familiares y amigos, e incluso a paramédicos que atienden a los agredidos y a autoridades que investigan los casos.

De hecho, Benyakar distingue entre “víctimas” y “damnificados”. Los primeros son los directamente afectados, y los segundos, quienes son testigos directos e indirectos de la tragedia.

Entre los “damnificados”, la primera actitud suele ser el reclamo, la desesperación y la búsqueda de que se responsabilice y castigue a los culpables, porque les parece que de ese modo el problema se soluciona.

De acuerdo con el Departamento de Asuntos de los Veteranos de Estados Unidos, algunos de los síntomas comunes del estrés son dolor de cabeza, problemas para dormir, dificultad para concentrarse, irritabilidad y trastornos estomacales, entre otros.

Incluso las personas pueden tener pesadillas recurrentes con imágenes sobre el hecho violento o pensamientos depresivos.

Todas estas reacciones son respuestas normales a sucesos estresantes que en la mayoría de los casos se superan gradualmente al pasar el tiempo.

Control

José Luis González de Rivera, catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid, España, ha escrito que el síndrome de estrés por disrupción se inicia con sentimientos de apatía, desilusión, desánimo, desvalimiento, desesperanza e indefensión intercalados con ataques de rabia y ansiedad ocasionales.

Si este estado de ánimo no se controla, se puede contagiar a los que están alrededor hasta conducir a todo un país a la depresión y desmoralización colectivas.

Para evitar el contagio, Benyakar propone que las personas que se sientan presas del estrés disruptivo busquen apoyo en sus redes sociales.

Por ejemplo, que pasen más tiempo con amigos y familiares porque es más fácil superar el estrés cuando comparten sus sentimientos mutuamente. Si lo necesitan, griten o lloren para desahogarse.

También pueden acercarse a la religión que practican o a cualquier otro grupo de apoyo.

Cuando los estragos del estrés no se superan y el deterioro emocional sigue presente, los especialistas recomiendan pedir ayuda psicológica.

Para bajar la ansiedad

Cuando se siente temeroso de que algo malo pudiera ocurrir, hacer una serie de respiraciones profundas le puede regresar la calma.

• Recuéstese o siéntese en una silla.
• Apoye las manos sobre el abdomen.
• Inhale por la nariz al tiempo que cuenta lentamente hasta cuatro. Mantenga la respiración por un segundo.
• Cuente lentamente hasta cuatro mientras exhala por la boca.
• Para controlar la velocidad de exhalación, frunza los labios como si fuese a silbar.
• Repítalo de 5 a 10 veces.

Manéjelo

Para evitar que el estrés lo controle, pruebe:

• Relajarse. Acérquese a prácticas como el yoga o la meditación. Si no puede hacerlo, tómese unos minutos para escuchar música relajante o leer.
• Reservar tiempo para sí mismo. No importa qué tan ocupado esté, dedíquese al menos 15 minutos por día en sus actividades para consentirse, darse un baño de burbujas, salir a caminar o con amigos.
• Dormir bien. Si duerme lo suficiente, puede encarar mejor sus problemas y disminuir el riesgo de enfermarse. Trate de dormir entre 7 y 9 horas.
• Moverse. La actividad física no sólo ayuda a aliviar la tensión muscular, sino que también mejora su ánimo.
• Transigir. A veces discutir no vale la pena, por el estrés que genera. Ceda.
• A no manejar el estrés en formas insanas, como beber alcohol sin moderación, fumar o comer de más.

¿Cuándo buscar a un experto?

Puede necesitar ayuda extra para hacer frente a la ansiedad si después de un mes de atestiguar un hecho violento:

• Vive permanentemente con miedo.
• Cambia radicalmente de actitud.
• Sus relaciones importantes se deterioran.
• No puede dejar de pensar en el ataque.
• Recurre a drogas para “tranquilizarse” u “olvidar”.

Fuente: Sergio Sánchez Pintado y José Luis González de Rivera

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