En ese momento la pantalla mostraba el mágico momento en que Neil Armstrong ponía pie en la Luna.
Hoy se cumplen 50 años de eso. El fin de la llamada Guerra Fría clausuró aquella épica época, la de la carrera del espacio. Permanece aún en el hombre, sin embargo, el ansia de conocer el universo, del cual nuestro planeta es sólo una parte infinitesimal.
Las naves espaciales rompieron la delgadísima capa de la atmósfera, escafandra que nos permite respirar; salvador filtro que nos protege del enemigo-amigo Sol; precaria vestidura contra la cual atentamos cada día sin pensar que sólo gracias a ella podemos vivir en la infinita soledad del cosmos.
Los astronautas sintieron una emoción reverencial al ver a la Tierra desde lo alto como una esfera azul que mostraba sus mares, sus desiertos y sus selvas, sus casquetes polares y sus ríos, pero en la cual no se veían fronteras, ni un color diferente para cada país.
En el medio siglo transcurrido desde la hazaña lunar no hemos aprendido a amar y proteger a nuestra común morada. Consideramos eterna su existencia, siendo que nuestro planeta es tan pequeño como un grano de polvo y tan frágil como la más débil criatura que lo habita.
Somos pésimos inquilinos de esta casa. La estamos destruyendo tanto por ignorancia como por ambición.
Rememoremos hoy el prodigio sucedido el 20 de julio de 1969, y al ver lo mismo una brizna de hierba que una estrella aprendamos a respetar y a amar la Tierra, esta maravilla en que vivimos en esta infinitud donde -hasta donde sabemos- no vive nadie más.
Fuente: Armando Fuentes A.