Mente Saludable

¿Podemos acabar con los ‘malos hábitos’?

Dejar los malos hábitos casi siempre figura en nuestra lista de deseos de cada año: dejar de fumar, comer menos, no ser impaciente. ¿Pero por qué nos es tan difícil cambiar?

Dejar los malos hábitos casi siempre figura en nuestra lista de deseos de cada año: dejar de fumar, comer menos, no ser impaciente, etcétera.

Sin embargo, a pesar de todas nuestras buenas intenciones, año con año, nos damos cuenta de que no es nada fácil cambiar conductas aprendidas y habituales.

¿Por qué la inercia de lo habitual es tan fuerte? En un interesante libro de Charles Duhigg, The Power of Habit, hay buenas pistas para encontrar respuestas a esta pregunta.

Lo primero que destaca Duhigg es que los hábitos surgen de la capacidad que tiene nuestro cerebro de lograr que una secuencia de acciones la podamos llevar a cabo de forma automática.

Por ejemplo, la rutina de levantarnos, bañarnos, cepillarnos los dientes, vestirnos, la hacemos casi siempre de forma automática.

Este tipo de secuencia de acciones sólo surge a partir de la repetición: una y otra vez hacemos lo mismo hasta que lo podemos hacer en forma automática. Cuando ello sucede, entonces se ha formado un hábito en términos científicos.

La función de los hábitos es ahorrar energía al cerebro. Los hábitos no requieren mucho esfuerzo mental. Gracias a ello, mientras ejecutamos nuestras rutinas, podemos pensar en otras cosas que sí requieren de nuestra concentración y energía mental.

Ahora bien, esta misma capacidad que tenemos para llevar a cabo una secuencia de acciones de forma automática funciona también tratándose de los malos hábitos.

Según Duhigg, los malos hábitos como fumar, comer en exceso o hablar golpeado, establecen un circuito cerebral que funciona en automático.

Con nuestros malos hábitos: existe un detonante, una rutina y una recompensa. Por ejemplo, surge cierta ansiedad o preocupación (detonante), se fuma un cigarro o se come un pastel (rutina) y se siente bien, sin ansiedad ni preocupación (recompensa).

Asimismo, después de muchas repeticiones, nuestra mente asocia el detonante a la recompensa. Por tanto, si existe el detonante, pero no hay recompensa, porque decidimos dejar de fumar, adelgazar o no hablar golpeado, entonces vendrá el enojo y la irritabilidad.

El circuito cerebral del mal hábito está tatuado en el cerebro y no bastan las buenas razones para controlarlo.

¿Cómo salir de este círculo vicioso? Duhigg señala que el secreto es buscar rutinas alternativas que nos den una buena recompensa.

Es decir, que cuando experimentemos el detonante, hagamos algo -distinto al mal hábito- que nos genere placer o bienestar.

Por ejemplo, muchas personas optan por hacer ejercicio en vez de comer o fumar; otros por caminar o tomarse un café, en vez de hablar golpeado.

El punto central es: si queremos que los buenos deseos no fracasen, busquemos rutinas que nos hagan sentir bien y que disfrutemos.

Al cabo de muchas repeticiones, las buenas rutinas también formarán un circuito cerebral y se convertirán en buenos hábitos.

Fuente: Ana Laura Magaloni

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