Hace unos días, conmemoraba el día en que Hana se había dormido, de igual manera, hace unos días recordaba el día en que nos conocimos, un día en que renuentemente acepté que tanto Hana como yo, necesitábamos compañía.
No sé si sea correcto describir nuestro encuentro como algo destinado, pero en cuanto abrieron la puerta para conocer a tu madre y hermanos, fuiste derechito hacia mí, a olfatearme. Días antes, te presentaron ante nosotros con un pequeño video, ya te quería, y afortunadamente tú diste el paso determinante para que nuestra familia se fortaleciera con tu presencia. Sentí que me habías elegido.
De inmediato te llevamos a casa, y Hana se sorprendió con tu llegada, no dudó en acercarse a ti para recibirte. Pero eras muy pequeña, por lo que acondicioné un baño para que fuera tu guarida por las siguientes semanas.
Durante el día, estábamos todos juntos, por la tarde te llevaba a ‘tu cuarto’ y te dejaba descansar. Y no pasó mucho para que me sorprendiera tu inteligencia, rápidamente aprendiste a ser paciente al momento de comer, y no lo hacías si no te daba una orden.
Eso sí, al momento de dártela, saltabas a tu plato y comías con pasión y desenfreno. Verte crecer tan rápido y fuerte llenó de vida la casa, y le dio a Hana una oportunidad más de sentirse parte de una manada chiquita.
Era tal tu ingenio, que lograbas que tus travesuras se convirtieran en dulces anécdotas, en lugar de arrepentimientos. Y no olvidaré el día que, a pesar de mis indicaciones, te atreviste a explorar toda la casa mientras no estábamos presentes.
Y esas preciosas patotas tuyas te delataban, y dejaban su paso fugaz por todos lados. Y qué decir del día que compré una barra de pan dulce y se me ocurrió dejarla en la mesa frente a la estufa. Por la mañana, todos nos vimos con cara de asombro, preguntamos quién se podría haber comido todo el pan.
Mientras tanto, tu estabas abajo, en tu cama como si no supieras algo al respecto. El cuerpo del delito no existía más, y un par de días después al mover sillas, apareció la envoltura oculta bajo un mantel. Fue el crimen perfecto, y tú, lo conseguiste.
Siempre fuiste obediente, increíblemente fuerte y vigorosa, saltabas a la caminadora por voluntad propia y te quedabas ahí caminando por un par de kilómetros sin siquiera agotarte.
Eso sí, al salir al jardín, por alguna razón, al igual que Hana, se acercaban a un arbolito con campanitas y buscaban alguna para comerlas, obvio, tuve que probarlas, a ver si no eran de mal gusto. Y, de hecho, son dulces, exactamente como tu carácter. Claro que tú eras la más atrabancada y un par de veces te empachaste y terminaste algo enferma.
Pasaron los años, y se hizo costumbre que a una distancia prudente permanecías con nosotros a la hora de la comida, creo que era tu momento favorito, cuando nos veías a todos un rato, y todos les premiábamos con fruta, algo de jamón, chicharrón o incluso una tortilla tostada.
Ah, pero como luchábamos en casa por ustedes, intentado descifrar qué podían y no comer. Al final, ustedes eran las ganonas.
Tú en particular, no dudabas en meter tus patas y levantarte para solicitar algo con qué pasar el hambre. Eso sí, te daba uno la orden de salir y muy digna metías todo tu cuerpo para dar la vuelta antes de salir. Me maravilló tu rebeldía, y por alguna razón sentía que lo hacías a propósito para retarme. ¿Quizá creías que tú eras la líder?
Desde que Hana se fue, ambos nos vinimos abajo, intenté todo a mi alcance para hacerte sentir acompañada, y básicamente no me aparté de ti estos últimos meses. En mi mente, tenía planes muy ambiciosos para ti y para mí, y cada día estaban más cerca de convertirse en una realidad.
Apenas cumpliste 6 años, estaba seguro de que te quedaba por lo menos la mitad de tu vida para acompañarme en esta aventura llamada vida. Y poco a poco sentí que todo estaría bien, pero por alguna razón comenzaste a perder peso, no sabía si era el alimento, por lo que decidí prepararte un buen plato de arroz integral, con verduras y pollo sin sal y parecía que te gustaba mucho.
De igual forma, dejaste de caminar y jugar, cuando te decía ‘vamos a caminar’ salías huyendo, lo tomaba como un reto más, sin saber que quizá habría una razón para tal comportamiento.
En julio, luego de tus vacunas, tu veterinario dijo que estabas algo delgada, pero en un peso adecuado, así que no puse mucha atención a eso. Unos días después, vivimos algo que no habría considerado posible, una noche te dio fiebre y simplemente no pude dormir sabiendo que estabas enferma.
Me quedé a tu lado, preocupado, ya que en otra ocasión también habías tenido algún tipo de exabrupto, en el que respirabas muy agitada sin saber qué hacer. Y por alguna razón, siempre elegías un día en el que los veterinarios decidían no laborar.
Al día siguiente te revisaron y no encontraron nada anormal, te mandaron un antibiótico y nuestros días continuaron, tu animo mejoró, tu apetito era normal, pero no subías más de peso, nuevamente modifiqué tu dieta. Volvimos a jugar, luego de varios meses en que no querías saber nada de tus juguetes, y estos últimos días todo parecía perfecto.
Pero llegó el viernes 20 de septiembre de 2019, algo no te gustó en la comida, y la dejaste casi toda. Por la mañana, me despertaste de buen humor, decidí picar un plátano en tu plato, y al regresar, solo eso te habías comido.
No probaste mayor bocado que unas rebanadas de jamón, me indicaron que podría ser algo hormonal, porque estabas entrando en tu vida de perrito adulto. Por lo que decidí prepararte tu arroz con verduras y pollo, ese que tanto te gustaba y que devorabas con gusto.
El domingo por la noche entendía que algo no andaba bien, si bien es cierto que te comiste el plato que te preparé, tu ánimo no había mejorado, y tus patitas estaban frías. En ningún momento te quejaste, o me externaste si te dolía algo, yo solía auscultarte para ver si no tenías dolor, y nunca ocurrió.
El lunes, nuevamente me despertaste, y no dudaste en acercar tu cara hasta la mía, aunque sabías que no era parte de tu territorio. No podré olvidar tu carita viniendo hacia mí, con tus orejitas hacia atrás y moviendo vigorosamente tu colita.
Me llenaste de vida, con una esperanza instantánea, pero a la hora de desayunar, simplemente no quisiste saber nada de tu comida, incluso de tu plato con arroz. Sabía que era hora de ir al veterinario y decidí llevarte a uno donde te realizaran estudios más avanzados.
Fue todo un show subirte al carro, pero llegamos y te portaste como una valiente en todo momento.
Durante el ultrasonido, tus órganos parecían bien, no apareció ningún problema grave, solo el paso de los años. Salí con alivio, con el deseo de que las placas y los análisis de sangre fueran buenos. Pero no pasaron ni veinte minutos cuando la doctora me pidió que entrara.
Al ver tus placas, no podía distinguir uno de tus pulmones, el maldito cáncer te estaba matando, no por nada perdiste tanto peso. El tumor era tan grande, que ya aprisionaba parte de tu corazón y la garganta, por eso dejaste de comer.
El pronóstico era el de darte un tiempo más, siempre y cuando comieras. Me dieron medicina, unas latas de comida, con la esperanza de que estas te llamarán la atención.
Al llegar a casa, afortunadamente estábamos todos juntos, y recibiste todo tipo de cariño de nuestra parte. Te acompañe a tu cama, con la esperanza de que probaras bocado, tomaste agua y nada más.
Era la hora de comer, así que te subí con nosotros, ya te veías cansada, pero con un gran esfuerzo trepaste las escaleras, pero por alguna razón, y a pesar de que estábamos todos juntos, decidiste bajarte. Fui a platicar contigo, a tratar de convencerte, pero en realidad, me estabas dando la indicación para tomar una decisión. Siempre sí, eras la líder de la manada.
Ya no quisiste subir, por mi parte, no había desayunado bien y me tomé una taza de sopa con verduras, inmediatamente me fui contigo, vi que te habías movido hacia la escalera, e imagino que querías subir con nosotros.
Te llevé cerca de tu cama y llamé a la veterinaria que te había atendido, le pedí que vinieran a casa, esa misma en la que destruiste ‘tu cuarto’ cuando ya no cabías, en el que sacabas la cabeza desde un hoyo que tu misma habías perfeccionado.
Pasada una hora y media llegaron, en el proceso no me pude separar de ti, de alguna forma saliste al baño, y en ese instante te vi en los huesos, mi hermosa compañera tenía hambre y no podía más. Ya estabas débil, pero aun así te negabas a acostarte.
Tu cuerpo estaba tibio, pero tus patitas estaban frías, por lo que tus venitas fueron muy difíciles de encontrar. La doctora decidió pedirle apoyo a un médico con más experiencia, no quería picarte en vano. Ahora bien, para ello, tendríamos que esperar más tiempo, ya que saldrían hasta la noche.
No lo voy a negar, lo que menos quería era verte incapacitada, o en un caso extremo, que sufrieras una crisis grave, los médicos se fueron y yo me quedé a tu lado a partir de ese momento. A su modo, cada miembro de la familia se tomó un momento contigo para agradecerte la lealtad, y el amor incondicional que solo tú podías darnos.
Pasaban los minutos, y se convirtieron en horas, caía la noche y ya estaba inquieto, tú insistías en pararte a mi lado, y yo sentía que me rompería en cualquier momento al verte tambalear. No quería que te me murieras de hambre, no quería que te doliera más.
Me recosté a tu lado y te abracé suavemente, intentado calentarte, intentando transmitirte lo que significabas en mi vida, te lo dije una y mil veces, pero ahora te lo repetía viéndote a tus ojitos.
Finalmente, alrededor de las nueve de la noche, llegaron los doctores, para mi incredulidad, mi perro guardián se paró al escuchar un ruido inusual y se puso alerta.
Nuevamente, los veterinarios se sorprendieron al no poder encontrar una de tus venitas, en mi interior, todo lo que deseaba era paz para ti, y le pedía a nuestro creador que te abriera la puerta, que te dejara ir junto a Hana, y así, en esos instantes encontraron tu débil vena y comencé a llorarte.
Nunca habría imaginado cuan cansada estarías Yuki, para un perro de tu talla, dejaste de existir en menos de lo esperado, no habías dormido en todo el día, y ahora decidiste descansas de inmediato, te adoro, mi cachorro rebelde, gracias por darle tanto sentido a la vida misma.
Fuente: Roberto González O.