Mientras nos hallamos enfrascados con la pandemia de influenza, otra enfermedad con proporciones epidémicas se ha estado desarrollando.
El 15 de mayo pasado, durante los prolegómenos de la diseminación del novel A H1N1, un virus ya conocido se reafirmaba como causante de un serio problema de salud en México.
En una conferencia de prensa, autoridades de la Secretaría de Salud reconocían el avance del dengue, padecimiento que en el año 2000 comprendía 600 casos confirmados y que para el 2009, hasta ese momento contaba 2 mil 956, de los que un número importante, 600, correspondía a la peligrosa forma hemorrágica; dato importante este último ya que al inicio de la década, la proporción entre el dengue clásico y el hemorrágico era de 1 por 60, y ahora es casi de 1 por 4, con el agravante de que en la actualidad se han identificado ya las cuatro variedades (serotipos) del virus en México, antes se presentaban únicamente dos.
El virus del dengue, a diferencia del de la influenza, no se transmite de humano a humano por vía directa sino que requiere de un vector, el mosquito Aedes aegypti, las zonas geográficas en las que se presentan la mayoría de casos, son las que habita el mosquito, primordialmente regiones calurosas y bajas durante la época de lluvias.
No obstante, el insecto ha ido avanzando, y gracias a diversos factores, entre los que no puede descartarse el calentamiento global.
Fuente: Enrique Goldbard
