Es imposible que alguien tenga la respuesta a esta pregunta, pero sí es probable que todos sepan que a Mohamed de 21 años, como a todos los padres y madres que han perdido a un hijo o una hija, le toca un arduo y espinoso camino por recorrer. Es el trayecto doloroso del duelo, “un trabajo psicológico necesario para que la pérdida no acabe derivando en una enfermedad mental, lo que los psiquiatras y psicólogos llaman duelo patológico”, comenta Raquel Sáenz de Navarrete.
Esta madre, que coordina además la Asociación Krisálida (Bilbao) de madres y padres que han sufrido la pérdida de un hijo, sabe muy bien de lo que habla. “Perdí al mío cuando tenía 12 años en un accidente de tráfico. No hay ‘dolorímetros’ que cuantifiquen y comparen el sufrimiento, dependiendo de si el fallecimiento es el de un hijo, el de un padre o el de un hermano.
A cada persona su pérdida le duele la que más. Pero sí se sabe que el óbito de un hijo es el que más riesgo conlleva de acarrear problemas psicológicos. Como también se ha descrito en la literatura científica que los hombres de más de 70 años que enviudan tienen elevadas posibilidades de desarrollar desequilibrios emocionales”.
Corrobora sus palabras Jesús de la Gándara, jefe del Servicio de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, que defiende que “el mayor estudio que se ha realizado hasta la fecha sobre duelo en más de un millón de padres que habían perdido a sus hijos antes de los 18 años confirma que el riesgo que tienen de hospitalización por enfermedad mental es más elevado que el de los progenitores que no han pasado por esta experiencia traumática”.
El trabajo, publicado en The New England Journal of Medicine, constata la existencia de tres factores de riesgo para desarrollar psicopatología tras el duelo “El primero es el tipo de pérdida, el hecho por ejemplo, de que sea un hijo es más traumático que si es un padre mayor el que fallece; el sexo [las mujeres tienen más posibilidades que los hombres de padecer trastornos posteriores] y, también, los acontecimientos vitales que rodean a esa persona en el momento de la pérdida”, insiste el psiquiatra de Burgos.
Dos golpes inesperados
Por este motivo y si valoramos que Mohamed ha tenido que enfrentarse primero al fallecimiento de su mujer y seguidamente al de su hijo, “considero que tiene un elevado riesgo de desarrollar problemas psicológicos. A este hecho se añade un factor estresante, como es la emigración. Debería ponerse lo antes posible en manos de especialistas”, agrega Gándara.
Se suma además que “sus pérdidas han sido inesperadas y simbólicas. Es decir, por circunstancias poco admisibles, como es una gripe y un error médico. Además se han producido en el mismo sitio [el hospital Gregorio Marañón], lo que añade más dificultad a la posibilidad de superar el trance.
A lo mejor en un principio es necesario administrarle benzodiacepinas para que pueda dormir y terapia psicológica. Pero si en dos o tres meses la intensidad de la pena, la tristeza, la culpa y la incapacidad para realizar tareas normales, como comer o dormir, persisten debería empezar con tratamiento psiquiátrico”.
Mónica Pereira, del grupo de emergencias del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, también cree que el caso de Mohamed “es especial en el sentido de que en su primera pérdida también aludió a la posibilidad de que hubiera habido algún tipo de negligencia. Y, ahora, con su hijo hay responsables.
Cuando la muerte no se produce de forma natural, sino que hay posibles ‘culpables’ el impacto al principio es mayor, pero luego hay una posibilidad de que el ‘daño’ se atenúe cuando ‘los culpables pagan’ por ello”.
Raquel, que se unió a otras 10 mujeres en su misma situación en 1999, para apoyar a los padres que han visto morir a un hijo, cree se “puede reconstruir la vida pese al trauma si se trabaja por ello”. Su asociación, que se fundó finalmente en 2001, cuentan con a 379 socios y socias y 18 Grupos de Terapia, de los cuales “13 han finalizado el tratamiento y cinco continúan recibiendo una hora y media semanal de terapia”, explica.
Fuente: elmundo.es