¿Acaso se debe forzar a los pacientes de sida a tomar sus medicamentos, ahora que, por primera vez, existe sólida evidencia clínica de que los fármacos antirretrovirales no sólo salvan las vidas de los pacientes, sino también las de sus parejas sexuales?
En mayo, una prueba clínica aleatorizada arrojó que los medicamentos reducían en un 96 por ciento las probabilidades de infectar a una pareja sexual.
Éstas son buenas noticias para los infectados y sus parejas. Sin embargo, es un dilema moral para los médicos, cuyos pacientes infectados no desean empezar a tomar medicinas de inmediato, normalmente porque aún no se sienten enfermos y han escuchado rumores exagerados sobre los efectos secundarios.
Varios especialistas en sida entrevistados señalaron que la idea de forzar el tratamiento en los pacientes les parecía repulsivo.
“Era inconcebible cuando tuvimos este debate, a principios de los 80, y lo sigue siendo en el 2011”, declaró Myron S. Cohen, de la Universidad de Carolina del Norte, quien encabezó el estudio que descubrió la tasa de protección del 96 por ciento. Tachó la idea de “medieval” y “una violación a los derechos civiles”.
Los pacientes reacios “terminan por cambiar de opinión”, argumentó Wafaa El-Sadr, quien tiene décadas de atender a pacientes con sida, en Harlem y África. “Hablas una y otra vez con ellos. Forzarlos los haría huir”.
Ronald Bayer, quien imparte ética en la Escuela Mailman de Salud Pública, de la Universidad de Columbia, en Nueva York, coincidió, aún cuando reflexionó que “casi nunca estoy en la posición de exhortar a la moderación. Solían llamarme el Dr. Coerción porque, por lo común, abogo por que la salud pública esté por encima de los derechos individuales”.
Hipotéticamente, dijo, si existiera una sola pastilla que lograra que un paciente dejara de ser infeccioso durante un año, sería concebible el tratamiento forzado.
Pero no la hay, y obligar a alguien a tomar diariamente pastillas de por vida conlleva enormes barreras prácticas. Además, indicaron varios médicos, no sería ético dedicar esfuerzo para obligar a una diminuta minoría de pacientes egoístas y autodestructivos a aceptar el tratamiento, cuando les hace falta a tantas personas, cuando miles están en las listas de espera para recibir los fármacos, y millones más, principalmente en África, tienen pocas esperanzas de obtenerlos.
Sin embargo, en muchas circunstancias legales, la gente puede ser forzada a tomar el tratamiento para proteger a otros.
Durante el brote de tuberculosis resistente a los fármacos, en Nueva York, en los 90, los pacientes que se rehusaban a cooperar eran recluidos en el Hospital Bellevue.
Fuente: Donald McNeil