Hay quienes, no conformes con sus propios problemas, se inmiscuyen en los de otros, e incluso hacen todo por resolverlos, posición que resulta contraproducente, porque no solucionan los suyos ni los ajenos.
“De alguna manera creemos que es nuestra responsabilidad moral arreglarlo todo, o suponemos que todos creen que es nuestra obligación moral resolver sus problemas. Esta es una terrible carga y con frecuencia nos hace sentir agobiados”, se señala en el libro No Cargue con los Problemas de los Demás (Editorial Norma).
Estas personas pueden llegar a dejar de ocuparse de su vida al estar preocupados por los otros, indica la psicoterapeuta Marcela Domínguez.
Sufren porque, poco a poco, pierden identidad y dejan de reconocer sus necesidades.
“Llega un momento en el que ya no se dan cuenta de en dónde terminan ellas y dónde empiezan los demás”, aclara.
De acuerdo con la experta, aquellos que asumen el papel de protectores pueden verse afectados emocionalmente, pues la angustia, la tristeza y el estrés de las personas a las que quieren ayudar pueden ser vividos en carne propia.
Neurosis
Domínguez asegura que intentar resolver conflictos de otros es una conducta neurótica e insana, generalmente inconsciente, que busca correspondencia: “Yo me hago cargo de tus problemas para ver si después tú te haces cargo de los míos”.
La postura es de omnipotencia o soberbia inconscientes o un anhelo desesperado de ser aceptado por los demás.
“Suelen ser personas que basan su seguridad personal y autoestima en el bienestar del otro”, puntualiza.
Y si esta persona se encuentra con alguien que no acostumbra responsabilizarse de sus conflictos, el problema se agudiza.
“Si yo tengo un problema, ¿qué hago con él? Tal vez no quiera resolverlo yo mismo; tal vez no sepa cómo solucionarlo o piense que usted lo puede resolver más rápidamente o más fácilmente; o tal vez sólo deseo deshacerme de él. Una solución es buscar al héroe que va a venir a rescatarme”, escriben los psicoterapeutas estadounidenses Gary y Joy Lundberg, autores de No cargue con los Problemas de los Demás.
Experto en sí mismo
Todos los humanos quieren ser escuchados y comprendidos, pero es común que no logren este propósito.
“A medida que alguien comparte un problema con nosotros, en lugar de escucharlo con atención, nuestra mente está recorriendo rápidamente posibles soluciones, y apenas podemos esperar a que termine de hablar para poder decirle lo que pensamos que debería hacer al respecto.
“Necesitamos que nos escuchen y no que nos juzguen, corrijan o aconsejen”, señalan los Lundberg.
La sociedad ha mal entendido la acción de aconsejar, pues quienes escuchan los problemas asumen ser expertos en todo, cuando el mejor experto para un individuo es él mismo, señala Domínguez.
“Somos incapaces de reconocer la necesidad universal que hay dentro de todos nosotros para creer realmente que somos personas valiosas y que nuestros sentimientos sí importan”, indican los psicoterapeutas.
Las Opciones
A quienes sufren los estragos de las penas de los demás, Domínguez propone adoptar una “sana distancia“.
La idea es que puedan acercarse y apapachar al del problema, pero que sean capaces de regresar a sí mismos y entender que la responsabilidad no recae en ellos. A los que quieren ayudar desinteresadamente, los Lundberg proponen aprender a utilizar lo que ellos llaman “validación”, que significa “ser capaz de escuchar y comprender, de manera empática, el punto de vista de otra persona sin tener que cambiarlo.
Es la habilidad para caminar emocionalmente con otra persona sin tratar de cambiar su dirección”.
Este proceso se basa en cuatro reglas: escuchar prestando toda la atención, escuchar los sentimientos que están siendo expresados, escuchar las necesidades que están siendo expresadas y comprender poniéndose en el lugar de la otra persona.
¿Cómo ayudar?
Si una persona le platica un problema, aprenda a decir las palabras que propicien que ella resuelva el conflicto por sí misma.
Por ejemplo, si le dicen:
“Me engaña desde hace mucho tiempo”
· Si suele decir: “Yo que tú, lo (a) dejaba”.
· Cambie por: “A mí también me dan ganas de llorar. ¿Qué te gustaría hacer?”
“Me quedé sin un quinto y tengo muchas deudas”
· Si suele decir: “¿Y si vendes tu coche?”.
· Cambie por: “Estás en una situación difícil. ¿Hay algo que pueda hacer por ti?”
“Estoy muy gordo (a)”
· Si suele decir: “Quizá si dejaras de comer tanto e hicieras más ejercicio…”.
· Cambie por: “Me imagino lo mucho que te afecta. ¿Qué crees que podría funcionar para que bajes de peso?”
“El otro día que bebí mucho choqué”
· Si suele decir: “Yo conozco un abogado que seguro te puede ayudar”.
· Cambie por: “Siento mucho que te haya sucedido. ¿Cómo te sentiste al respecto?”
“Estoy muy enfermo (a) y nadie me viene a ver”
· Si suele decir: “Mejor así: no deberías depender de tus hijos”.
· Cambie por: “Eso debe ser doloroso. ¿Hay alguna cosa que necesites?”
Fije límites
Las claves para que no le afecten los problemas de los otros son las siguientes:
· Reconozca que no tiene el poder de mejorar nada para nadie.
· Ofrezca ayuda, pero no intente solucionarlo todo.
· Tenga claro que la responsabilidad es de quien tiene el problema.
· Dé su punto de vista de manera bondadosa, gentil, respetuosa y firme.
Fuente: Marcela Domínguez
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