El nacimiento de un bebé, sea cual sea la estructura familiar, es un acontecimiento que remueve, a veces renueva y siempre confronta, en una crisis de maduración, a todos los integrantes de una familia. Ser abuelos es como si, pero nada más como, si se volviera a tener hijos, aunque algunos se apropian o por lo menos intentan -principalmente por la soledad- ejercer el papel educativo o de proveedores económicos que corresponden a los padres. Muchos hijos-padres colaboran y se coartan el proceso de ser adultos en esta faceta de la vida.
Las reacciones de inclusión o de exclusión en el espacio físico y mental que ocupa el nuevo bebé, reactiva amores, desamores, pasiones y conductas. Abuelos felices, contentos, celosos y hasta envidiosos, con sentimientos mezclados, muchas veces inconscientes, se reproducen en cada uno de los familiares del bebé y tejen redes emocionales obvias y otras no tanto.
Conversaciones o monólogos, plenos de calificaciones y descalificaciones ¿imaginarios?: Mi yerno es muy poca cosa para mi niña, mi nieto se parece a mí; mi nieto es morenito como mi nuera, pero es muy simpático, le decía a mi hijo que había que mejorar la raza; mi nieta es igualita a mí, aunque tenga algo de la mujer de mi hijo; mamá, te voy a acusar con mi abuela, ella es muy buena, tu eres mala; mi hermano es el consentido de la abuela, porque se parece a mi tío. La lista de ejemplos se extiende, en todos se reactiva el pasado, el desbordamiento de los afectos en el oscuro pasaje que algunos llaman abuelear.
Lo transgeneracional es un ángulo poco visto, que cada vez adquiere mayor importancia. El papel de los abuelos en la transición de la pirámide generacional, la cual los políticos tienden sólo a evaluar en términos de pesos y centavos, ha desatado una crisis mundial cuya arista más comentada apunta a las pensiones.
En poco tiempo los adelantos en la preservación de la vida biológica, han duplicado el promedio de vida. Pero, ¿y la calidad ? Los viejos, cuya denominación oficial varía: adultos mayores, de la tercera edad, adultos en plenitud, están cada vez mas solos, carentes de satisfacciones psicológicas, aferrados a lo que acertada o equívocamente han podido hacer.
En nuestra cultura el respeto al viejo está en crisis; la familia que reunía abuelos, hijos y nietos en los mismos predios o redes psicosociales cercanas, se ha roto. El papel de los abuelos se encuentra en crisis y aunque, ante el incremento de la violencia, se propone retornar a la familia extensa, la fecundación en laboratorio, la clonación, siguen el camino de la familia rota.
Hace algunas décadas, un colega aseveraba que la familia mexicana, más o menos típica, tenía mucha madre, poco padre, y un chorro de hermanos; madres, abuelas, hermanas mayores y tías que convivían, se alternaban el cuidado de los niños, y el vacío de padres ausentes era cubierto por abuelos, tíos o hermanos.
En la actualidad, con los diferentes estilos de vida y la necesidad de generar recursos económicos en los hogares, los padres se ven en ocasiones obligados a pedir ayuda a las guarderías más que a los abuelos en cuestiones del cuidado de sus hijos.
En nuestro país hay intentos de inclusión de los viejos entre sí y de su experiencia en la sociedad, pero por distancias físicas, por la estrechez de los espacios urbanos, hay exclusión del viejo.
Si bien en todos los casos, puede ser sólo una fase de ajuste en las relaciones familiares, la injerencia de los abuelos, frecuentemente, tiende a exceder los límites que facilitarían la consolidación de las nuevas parejas como padres “completos”.
Fuente: Ramón Clériga