Este par de días han sido complicados, vi parte de mi vida derrumbarse de la noche a la mañana. Un recordatorio de que el tiempo no pasa en vano, y que en ocasiones es cruel con nosotros; sin embargo, creo comprender que todo tiene un significado.
Para algunos de nosotros, nuestras mascotas se convierten en parte de la familia, para mí, fue una bendición recibirte en casa un 4 de abril, 2006. Creciste rápido y te convertiste en un torbellino, ese primer año, te enfermaste, pensé que te había perdido.
Un mes después, mis plegarias no fueron en vano, y regresaste flaca, en los huesos, pero te mantuviste fuerte a cada reto que se presentó en nuestro camino, y por las mañanas, estabas lista para salir al patio, movías tu cola con emoción, y me ladrabas directamente sin razón aparente. Quizá preguntándome, dónde rayos me había metido durante la noche, y por qué te había dejado sola en tu cuarto.
A veces, creo que escondías un reloj debajo de tu cama, porque parecías saber las horas con total precisión, y si era la hora de comer, me lo hacías saber de una forma dulce, como solo tú podías hacerlo.
Hoy, no quería dejarte ir, y a diferencia de otros días, me desperté cerca de ti, y comprendí que algo no andaba bien. A pesar del intenso dolor en tu espalda y tus piernas traseras, te mostrabas fuerte, con ganas de seguir adelante. Y precisamente ayer me había hecho a la idea de hacer lo posible por darte un tiempo más, siempre y cuando fuera con calidad.
Sin embargo, hoy no fue el caso, era tan temprano, y en plena Semana Santa, siempre elegiste una celebración para asustarme, ¿recuerdas ese día en el que un mal veterinario te fracturó la cadera? Era el día de Navidad.
En mi mente, solo quiero tu bienestar, hablé con mi hermano y no tardó en llegar para apoyarme, mi hermana me pidió que no te sacara de tu hogar, para que estuvieras en paz. Afortunadamente, el veterinario aceptó y llegó como las 3pm, pero antes de eso, pasé la mañana consintiéndote, acariciándote, hablándote. Comiste tu desayuno más lento a lo acostumbrado, en una posición incómoda, pero que ya no te dolía. Te di varias golosinas, y se te veía alegre, luego te vi dormir, y escuché tu respiración detenidamente.
Me acerqué a ti en tu cama, y te abracé con todo mi cuerpo, escuché y sentí tu respirar, y vi cómo se iba deteniendo; no pude dejar de llorar, ahora entiendo porque era mejor hacerlo en nuestro hogar, pero más, me alegro de haberte abrazado en todo el proceso.
Te has ido, y sé que te has convertido en uno de mis ángeles guardianes, me disculpé contigo si no fui el mejor compañero, si te grité o si te asusté.
Te agradecí desde lo fondo de mi corazón por hacerme crecer en un mejor ser humano, por permitirme compartir mis sentimientos contigo, fuera felicidad, tristeza o hasta enojo. Ver cómo me mirabas directo a los ojos me tranquilizaba, me daba fuerza para continuar, una y otra vez.
Verte dormir profundamente junto a mi escritorio fue un privilegio, y soy muy afortunado, algo que me reconfortaba en muchas formas. Pasaba casi todo el día contigo, y era algo maravilloso.
Espero haber tomado la decisión correcta, sé que ahora ya no te duele nada, el dolor se ha ido, y de alguna forma, en mi corazón sé que ya estás saltando y corriendo a placer, como siempre lo soñamos.
13 años se fueron en un instante, y estuviste cerca cuando llegué a desmoronarme, fuiste la mejor para mí, nos conocimos, crecimos juntos y formamos una pequeña familia.
Al dejarte ir, mi corazón se siente desgarrado; sin embargo, comprendo que, gracias a ti, es mucho más grande de lo que alguna vez fue durante estos trece años, lo hiciste crecer de manera permanente, y el día de hoy casi se sale de mi pecho.
Es cierto, ahora llevo una herida, pero gracias a ti, tengo mucho amor que compartir. Un día nos encontraremos, precioso chocolate. ¡Gracias Hana!
Fuente: Roberto González O.