Las personas fumadoras, por lo general, tienden a añadir más sal a las comidas que las no fumadoras puesto que tienen alterado el sentido del gusto debido al tabaco. Si no corrigen a tiempo este hábito, tienen más riesgo de desarrollar hipertensión arterial a corto o medio plazo.
La mayoría de las comidas requiere una cantidad mínima de sal para que resulten apetecibles, lo cual no supone trastorno alguno para la salud, siempre y cuando la cantidad añadida de sal sea moderada. Sin embargo, muchas personas tienen la costumbre de dejar el salero sobre la mesa y echar más sal a los platos elaborados, y esto puede ser perjudicial para su salud si toman sal en exceso y de forma habitual. Y más si consumen habitualmente embutidos, conservas y precocinados, todos ellos alimentos ricos en sodio.
Las personas fumadoras tienen alterado el sentido del gusto por lo que no captan los sabores propios de los alimentos, y tienen la necesidad de añadir ingredientes salados o ácidos que penetran más fácilmente en el paladar. Si se añade mucha sal a las comidas, con el paso del tiempo el paladar se va adaptando a un nivel de sal cada vez más elevado.
El consumo excesivo de sal puede provocar en el organismo de quienes fuman un mayor riesgo de hipertensión arterial. La hipertensión no es el único malestar que conlleva el exceso de sal en la dieta, también contribuye a retener líquidos, provoca agotamiento y calambres musculares, entre otros trastornos.
Prevenir la hipertensión a tiempo
Un hábito saludable es corregir a tiempo el consumo excesivo de sal y prevenir así el desarrollo de la hipertensión arterial. Si no se toman las medidas necesarias, una vez iniciada la enfermedad es más difícil normalizar los niveles de tensión. Para ello, el primer paso es reducir de forma paulatina la sal que se utiliza a la hora de cocinar y en la mesa, para ir disminuyendo poco a poco esa dependencia a los sabores salados. Retirar el salero de la mesa y no añadir más sal a los platos cocinados se convierte entonces en una buena costumbre.
Un truco muy práctico cuando se quiere reducir el consumo de sal y el paladar no está aún acostumbrado al sabor más natural de la comida, consiste en cocinar sin sal y añadir una pizca de sal cuando el plato ya está elaborado. De esta forma, se consigue que las papilas gustativas se estimulen rápidamente al contacto directo con la sal y que no se note tanto que la comida está cocinada sin ella. También se puede sustituir la sal común por sal marina que tiene un sabor más acentuado y permite emplear menor cantidad para sazonar las comidas.
Puesto que se reduce la cantidad de sal, puede ser útil potenciar el sabor de los platos empleando otros ingredientes que no perjudiquen a la salud. Una opción son los sabores ácidos; se puede añadir jugo de limón a los platos o cualquier tipo de vinagre ya que la oferta es cada vez más amplia.
Otro recurso es emplear condimentos o hierbas aromáticas que aporten un sabor intenso a las comidas como el ajo, la cebolla, el orégano, el tomillo o el laurel. Los sabores picantes como la pimienta, las guindillas o la cayena -en su justa medida-, también son buenos sustitutos de la sal siempre que no haya contraindicación.
No obstante, la mejor forma para saborear plenamente las comidas es dejar de fumar. Cuando una persona fumadora habitual abandona el hábito, va notando cada vez más los sabores propios de los alimentos.
Fuente: Consumer