En cualquier momento, la muerte de los seres queridos es dolorosa. Pero ahora, en tiempos de pandemia, ha resultado más triste y frustrante para quienes no han podido despedirse, con los rituales habituales, de las personas cercanas que han fallecido.
Durante la pandemia se vive el duelo de manera muy triste, incluso en los casos de personas que no mueren por Covid, pero fallecen en este contexto. Está siendo tremendamente difícil porque no pueden llevar a cabo los rituales acostumbrados: los funerales están regidos por la sana distancia, y, con todas las medidas que estamos tomando para controlar la pandemia, las personas se quedan con la sensación de ‘no pude hacer lo que quería’, el abrazo, el apapacho al que estamos acostumbrados.
Pero aun si no es posible, es importante, aun con la contingencia, realizar ciertos rituales.
Hay que ser suficientemente flexibles, que puedan despedirse de su ser querido, de otra manera, pero igualmente válida tanto para quien se fue como para quien se queda. Cada uno, con su círculo más cercano, tendrá que ponerse de acuerdo en cómo despedirse de su ser querido fallecido.
Otro de los efectos que se ha observado durante la actual emergencia sanitaria es mucha ansiedad en personas de la tercera edad o de quienes tienen comorbilidades porque, aunque se estén cuidando, tienen un dejo de tristeza al no poder convivir con sus seres queridos y no saber cuándo volverá la normalidad. Todo ello les provoca miedo e incertidumbre.
Esta pandemia realmente nos ha sacudido a todos. Esto ha generado desde incertidumbre, y no es que antes no existiera, sino que estamos más conscientes que por mucho que queramos tener control sobre lo que la vida nos depara, sabemos ahora que los seres humanos somos vulnerables y esto hace que tengamos que enfrentar el miedo de no saber que hay para nosotros en el día de mañana.
Hay que trabajar por un lado las emociones, identificarlas, reconociendo lo que estamos viviendo a cada momento.
Es la única forma de saber qué es lo que podemos hacer con eso que estamos sintiendo, con emociones que han estado estigmatizadas. Y lo que hay que aprender es a gestionarlas para usarlas a nuestro favor. Propongo un ejercicio de cómo trabajarlas.
Por otro lado, que cada quien pueda identificar con qué herramientas cuentan, con qué talentos, dones, puntos fuertes. Pueden ser la esperanza, la solidaridad, la empatía, la confianza, la fe, la tolerancia, la ternura. Todas estas son herramientas para utilizarlas, para fortalecerlas cuando sea necesario, y propongo también la forma de hacerlo.
Y, finalmente, una vez reconocido qué estoy sintiendo y qué herramientas tengo para manejarlo de mejor forma, que cada uno emprenda su propio camino de reconstrucción.
Todo nuestro pequeño mundo se ve afectado, pero podemos reconstruirnos. Va a depender de las circunstancias de cada quien.
Los seres humanos somos profundamente resilientes y en la adversidad solemos crecernos. Reconstrucción quiere decir que reconozco qué he perdido y, a partir de ahí, decido qué hacer para caminar confiado en este mundo que, aunque no ofrece certezas absolutas, sí invita a vivir con plenitud.
Además de la muerte de una persona cercana, se puede tener duelo por la pérdida del empleo, por el fin de una relación. El proceso es bastante similar. La emoción, la intensidad va de acuerdo con lo que se ha perdido y lo que para cada uno significa lo que se está perdiendo. Para una persona, un divorcio puede ser la peor de las pérdidas, para otras puede ser un proceso doloroso, pero necesario.
También es importante la manera cómo interpretamos lo que acabamos de vivir.
En el caso de la pérdida de un trabajo, se piensa generalmente que se perdió el ingreso económico, pero también puede significar la pérdida del estatus social, el rol que representaba para su familia como el proveedor, la autoestima que le daba hacer determinada labor.
Fuente: Gina Tarditi