Son las seis de la mañana, y el despertador lo anuncia con su tétrico pi, pi, pi. Suena puntualmente, como lo programé la noche anterior, decidida a levantarme más temprano para ir al gimnasio y, después, asistir a la junta de las ocho. No contaba con que dormiría inquieta, tendría pesadillas y no descansaría nada.
Envuelta entre las sábanas, en un estado de duermevela, mi cerebro comienza una lucha frontal entre dos voces. Una me anima: “Ándale, levántate, ya es hora. Ahorita te da flojera, pero al rato te vas a sentir muy bien”. La otra me dice: “¡Que qué! Pero para nada, estoy cansada, todavía está oscuro, las sábanas están deliciosas, no dormiste bien, no vas a tener fuerzas” y demás argumentos, cada uno más convincente. ¿A cuál hacerle caso?
En ese momento, recuerdo: “Escucha tu cuerpo“, de la clase de yoga, como también: “La mente y la voluntad son lo que someten a esa parte animal: el cuerpo”.
Confieso que he atendido a las dos voces. A veces gana el cuerpo y me quedo una hora más en la cama, feliz en el momento e infeliz conmigo misma el resto del día. Y también, como ordena mi mente, me he levantado a fuerzas y contra toda mi voluntad, para después sentir que floto a lo largo de la jornada.
Esta lucha entre dos voces no sólo se da al despertar, también aparece durante todo el día, y necesitamos negociar. Hay ocasiones en las que debemos escuchar al cuerpo y otras a la mente. Lo cierto es que, cuando los dos están comunicados y en sintonía, nos sentimos bien y en balance.
Cuándo escuchar al cuerpo:
-Te sientes físicamente agotado/a y tu cuerpo te pide dormir, pero tu mente lo ignora porque te picaste con la película de las once de la noche.
-Te sientes con el estómago lleno, de tal manera que ya no te puedes ni agachar, pero tu mente insiste en probar ese pastel de chocolate del buffet que te hace ojitos.
-Son las dos y media de la tarde, hora de comer, y tienes hambre; pero tu mente te convence de quedarte a trabajar para aprovechar el tiempo.
-Estás en el cine y tu vejiga te avisa que tienes que levantarte e ir al baño, pero tu mente se rehúsa a abandonar el asiento a la mitad de la película.
-Llevas sentado frente a la computadora unas tres horas y tu cuerpo te pide que lo estires tantito, pero tu mente te convence de quedarte a terminar la búsqueda.
Cuándo escuchar a la mente:
-Estás muy consciente del daño que te hace fumar, pero tu cuerpo te convence de encender el siguiente cigarro.
-Sientes que estás perdiendo la memoria, y tu mente te pide que la ejercites para poder fortalecer las neuronas, pero tu cuerpo te convence de que resolver crucigramas o sudokus es una pérdida de tiempo (además de complicado).
-Tu mente te dice que sería mejor salir a caminar un rato para hacer circular la sangre y poder platicar un rato con tu pareja, pero tu cuerpo se niega a abandonar el sillón que ya tiene la forma de tu cuerpo marcado.
-Son las dos de la tarde y tu mente está convencida de que tienes que bajar de peso, pero tu cuerpo se niega a reprimir ese antojo de una cerveza helada que calmaría tu sed y calor.
-Tus papás viven del otro lado de la ciudad y tu mente te dice que hay que frecuentarlos porque están solos. Pero tu cuerpo te impide abandonar la comodidad de tu casa.
En fin, podríamos continuar estas listas interminablemente. El caso es que, en el fondo, siempre sabemos claramente cuál de las dos voces tiene la razón. Cada vez que vivas el conflicto entre tus dos voces internas, para facilitar la decisión, pregúntate una sola cosa: ¿Cómo me voy a sentir después?
Fuente: Gaby Vargas