Ninguna persona ni familia está psicológicamente preparada para el trauma que ocasiona un secuestro. La duda que atormenta, carcome las entrañas, se hunde y junta con los sentimientos de desamparo, coraje, injusticia sufridas a lo largo de la vida y desconfianza.
Las grandes ciudades de México, mas allá de los medios de información, se encuentran inundadas de noticias que corren de boca en boca por el secuestro de algún familiar, conocido, amigo o desconocido.
A la sensación de incertidumbre que ha invadido al mundo, se suma el fantasma de la inseguridad de conservar la vida y la integridad corporal. Recordemos a los mochaorejas, mochadedos, etcétera.
En México, a diferencia de Colombia donde los secuestradores reunen enormes cantidades de dinero para su causa ideológica, hay quienes hablan ya de la industria del secuestro, que alcanza cifras de ganancias similares a las de la delincuencia organizada que se dedica al tráfico de drogas o robo de automóviles. Me pregunto ¿a partir de que harán sus cálculos?
En las cifras de secuestrados no hay datos confiables (2004), se mencionan, sin incluir los “express”, 6 mil anuales. Es decir, 16 personas cada día, más sus familiares y amigos sintiendo el desgarre psicológico y el quebranto social, en el que se admite el aumento en la participación de policías.
Un sinnúmero de dizque negociadores profesionales han aparecido y en sus comunicaciones denotan que hablan como los secuestradores, fríamente, de subir o bajar montos y condiciones de rescates o entregas, como si la vida, y la integridad de seres humanos fueran una simple mercancía.
Ante el dominio de la impunidad, en un reciente congreso de víctimas prevalecían los sentimientos de miedo, temor a represalias de las bandas, impotencia, rabia ante la ineficacia gubernamental y un sinfín de explicaciones para no denunciar, entre ellas la complicidad e improvisación de las autoridades y la prepotencia e ineficacia que impera en el ministerio público.
Se dice que los plagiarios estudian psicológicamente a sus víctimas: algunos su vida y costumbres, otros simplemente su vehículo, vestimenta, accesorios, propiedades, etcétera. Eso es lo que determina el monto del rescate.
La realidad es que parece que la problemática no parece tener solución, en tanto mas grupos de ciudadanos se organizan con propuestas de resistencia civil, de no pagar impuestos o de cobrarse con los votos en las urnas.
Desde hace tiempo seguimos en las mismas y las autoridades policíacas no se han ganado la confianza ciudadana, la delincuencia ha ganado las calles, la corrupción no se detiene. En esta cadena de eventos que hieren y marcan nuestra mente, las sanciones y la supuesta rehabilitación de los pocos secuestradores en prisión, más bien les proporciona doctorados en delincuencia.
La extorsión bajo amenaza de secuestro como la de las llamadas telefónicas de las que se empieza a hablar, los secuestros consumados que duran minutos, horas, días, semanas o meses, transforman la vida y causan un sufrimiento que muchas víctimas no tienen posibilidad ni de verbalizar.
Mientras tanto, los debates se repiten, los participantes colocan el acento en la carencia de inteligencia policial y la detección precoz, otros en el extremo de la modificación de leyes como prisión perpetua o pena de muerte.
Hoy todos somos secuestrables, desde el albañil o el empleado que en días de raya o quincena que es secuestrado brevemente por unos cuantos pesos, quienes tienen para abordar un taxi o poseen un automóvil mediano, hasta los 85 mil millonarios mexicanos que existen.
Fuente: Ramón Clériga