Imagínese sentado en un espacio inundado de luz natural, al aire libre, o quizá en un cuarto con un poco de música en la que no tienen cabida estruendosos acordes.
Esos pueden ser escenarios ideales para iluminar mandalas, una actividad que lo llevará, según algunos expertos, a un estado de relajación.
“Naturalmente, se experimenta quietud y tranquilidad, que es el primer efecto de la meditación con un mandala, pero, más allá de eso, dibujarlos o iluminarlos genera impresiones mentales positivas en la conciencia y un estado de concentración y atención que es realmente útil”, señala Marco Antonio Karam, fundador de Casa Tíbet México.
Un mandala es en sí mismo un símbolo de crecimiento espiritual, por lo que dedicar tiempo para crearlo es una manera de cultivar la paz interior; así es que, por tratarse de figuras bellas, su contemplación, irremediable cuando se dibujan o iluminan, “según las enseñanzas de Buda, nos libera de todas nuestras preocupaciones egoístas, nos eleva al punto de la armonía y felicidad perfectas”, asegura Lama Anagarika Govinda en su libro Mandala (Editorial Pax).
“Iluminando mandalas sí se puede alcanzar un estado de conciencia para tranquilizarse y bajar la ansiedad. Se es como un niño absorto en el juego. Con los mandalas, los adultos enfocan toda su atención en lo que están haciendo y entran en un estado de conciencia que les hace olvidar las situaciones de la vida cotidiana que están metiéndoles en aprietos”, coincide Ana Laura Treviño, coordinadora del Diplomado en Psicoterapia del Arte de la Universidad Iberoamericana.
El origenLo que se representa con un mandala es la percepción que un buda puede tener del universo.
“El contemplativo budista utiliza los mandalas como una especie de guía para transformar la percepción que tiene del espacio y del universo, para transitar entre la cognición ordinaria del mundo, como lo vemos a través de nuestros sentidos, al mundo como un buda lo ve y experimenta”, agrega el fundador de Casa Tíbet.
De hecho, son un elemento esencial en la práctica de la meditación.
“El mandala también es visto como una representación simbólica del cuerpo. Al viajar por él contemplativamente, se viaja por el cuerpo activando las energías sutiles que propician el despertar hacia la iluminación”, indica Karam.
Así como se utiliza para denominar a la representación gráfica de otra dimensión de la realidad, el mandala también puede emplearse para “referirse a un círculo de personas relacionadas por una idea común, como podría ser el dedicarse a la práctica de ciertas fórmulas religiosas y de determinados rituales”, escribe Lama Anagarika Govinda.
En casa
Si sólo se busca entrar en un estado de relajación, iluminar mandalas no requiere el dominio de conocimientos sobre budismo, aclara Karam.
“Pero si uno realmente quiere ocuparlo como un instrumento de transformación espiritual, evidentemente requerirá de mayor conocimiento del simbolismo del mandala, de cómo utilizarlo como instrumento de meditación; pero si lo único que uno pretende es generar quietud mental, un estado mental apacible o generar impresiones mentales positivas, no se requiere de ningún entrenamiento ni de ninguna educación”, considera.
Por su parte, Ana Laura Treviño sugiere que hacer una especie de “diario” usando dibujos en lugar de palabras puede ser benéfico para cualquier persona.
“Esto puede ayudar a conocer áreas que la gente no conoce de sí misma y a poner afuera los sentimientos que tienen en los momentos difíciles de la vida cotidiana. Aquí no cabe el ‘yo no sé dibujar’, porque no son obras que se vayan a exponer o vender. Es algo muy personal, y si uno rompe con esta barrera, se podrá enriquecer mucho más de un autoconocimiento”, concluye.
Fuente: Ana Laura Treviño