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Ponle nombre a lo que sientes

Cuando a usted le preguntan: "¿Cómo estás?", qué contesta: "bien", "mal" o "más o menos". Es probable que si no tiene ganas de abundar sólo diga: "bien"; o si quien le pregunta es alguien de su confianza, quizá prefiera el "mal".

Ponle nombre a lo que sientesCuando a usted le preguntan: “¿Cómo estás?”, qué contesta: “bien”, “mal” o “más o menos”. Es probable que si no tiene ganas de abundar sólo diga: “bien“; o si quien le pregunta es alguien de su confianza, quizá prefiera el “mal“.

Lo cierto es que ninguna de esas respuestas, todas ambiguas, hablan realmente de lo que siente.

Son pocas las personas que contestan: “Me siento contento porque pasé un agradable fin de semana con mis hijos”, por ejemplo.

“Respuestas como ‘bien’ o ‘mal’ no hablan de emociones; el problema es que nosotros mismos no sabemos reconocer nuestras emociones”, comenta Sofía Smeke, experta en inteligencia emocional y quien desarrolló una propuesta para enseñar a los niños a identificar sus emociones.

Su método consiste en ayudar a los menores a reconocer y nombrar sus emociones, porque una vez que se reconocen, se pueden expresar y entender de dónde vinieron y darles un adecuado manejo, agrega la autora del libro interactivo Conociendo nuestras emociones.

“Si no le pongo nombre a lo que tengo, por ejemplo, enojo, no me voy a dar cuenta y me puedo empezar a desquitar con otras personas”, dice Smeke. De hecho, reconocer las emociones es una habilidad de la inteligencia emocional.

Los gestos y ademanes son un reflejo de cómo se siente una persona en determinado momento, por lo que Smeke propone explicar a los niños cómo el cuerpo vive cada emoción.

Por ejemplo, la sonrisa puede delatar felicidad; si el corazón late más rápido, quizá se esté asustado.

“Al aprender a asociar el lenguaje corporal con las emociones, desarrollo la habilidad de leer ese mismo lenguaje en otros; me doy cuenta si alguien está triste o contento”.

Así es como se empieza a establecer la empatía, que implica ponerse en el lugar del otro, y a practicar la asertividad, es decir, hablar de lo que se piensa en una forma clara.

Una recomendación que Smeke considera básica es que los adultos enseñen a los menores con el ejemplo. Si los padres no aprenden a hablar claramente, no podrán acompañar a los niños en su aprendizaje.

Fuente: Sofía Smeke

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