De unos días para acá, la abuela no dormía por las noches.
Había algo que la angustiaba profundamente y que le provocaba un intenso sinsabor, algo que le hacía daño y que le quitaba el apetito, este año no le alcanzaba su presupuesto para comprar los regalos de sus nietos: “Tengo que comprar seis regalos y después de pagar viejas deudas, nuevas deudas, sueldos, aguinaldos, mensualidad atrasada del coche, hipoteca, seguros de gastos médicos, luz, agua, gas, supermercado y exámenes médicos apremiantes, me quedé sin un centavo, qué demonios les voy a regalar a mis nietos?
Una foto de recién nacidos, una de sus padres de cuando eran niños, un viejo tomo del Tesoro de la Juventud; a mi nieta mayor le puedo regalar mi vestido de novia para cuando lo necesite, mis compact disc de los Beatles, mi uniforme de edecán de las olimpiadas del 68, como disfraz, a Enrique le puedo pedir su viejo estetoscopio para el mayor, a su hermana le puedo regalar una boina negra que compré en París; a la más chica, le podría regalar una de las muñecas de porcelana de mi mamá, a las otras nietas les puedo obsequiar mis cartas que escribí de adolescente cuando estaba internada en Canadá; a la mayor, le podría regalar una de mis diademas de terciopelo, a la menor que es ferozmente coqueta, mis ya muy usados lápices labiales…” enumerando una serie de baratijas y antigüedades, la abuela se enredaba en su propio insomnio que parecía no tener fin.
Fatigada como estaba el lunes decidió reunir a sus nietos y hablarles con la verdad: “Niños, la vida es como una rueda de la fortuna, a veces te toca estar arriba y otras, abajo. En estos momentos soy víctima de mis circunstancias, es decir, mis finanzas están por los suelos. De allí que este año no recibirán muestras de amor de una forma material, sino espiritual.
Quiero decirles que cada uno recibirá un pedacito de mi corazón, que vale muchos bitcoins, una fortuna, y una carta muy personal. Una misiva que a lo largo de los años, les podrán leer a sus nietos. Estoy segura que comprenderán la situación tan difícil en la que me encuentro”. Todo esto lo decía la abuela a sus nietos con los ojos nublados por las lágrimas.
¿Por qué se sentiría tan mal y triste la abuela si a algunos de sus nietos no los veía más que de vez en cuando? Incluso cuando era invitada a comer a casa de los papás de los niños, estos ni siquiera bajaban a saludarla a pesar de que llegaba con las manos repletas de dulces o galletas.
Lo peor de todo es que no se quejaba, pensaba que si lo hacía ya no la volverían a invitar. Ella pensaba que el tiempo se le acababa y que todavía podía aportar a su formación. ¿Por qué los abuelos, de hoy en día, ya no son tan importantes en las familias como antes, a pesar de que viven más? ¿Por qué en su educación no cabe la figura del abuelo?
¿Si fuera rica me querrían más, me harían más caso, me integrarían más a su familia? ¿Si les regalara dinero sería yo más importante en sus vidas? ¿Por qué no se interesarán más en mi experiencia de vida, en lo que les podría enriquecer con mis anécdotas de su familia y de su país?
¿Por qué no tienen la curiosidad de preguntar qué hace su abuela, qué hizo, en qué ocupa su tiempo libre? ¿Acaso me tendrán aunque sea un poco de cariño? ¿O nada más se interesan en mí cuando hay regalos?”, se preguntaba la abuela sumamente acongojada.
Lo que más le dolía a la abuela era lo normal que les parecía esta situación a los padres de los nietos. “Finalmente odio la navidad porque cada año se pone en relieve la falta de valores y especialmente en estos dos años de Covid”, se dijo ayer por la noche mientras luchaba contra el insomnio.
¿Por qué la abuela no se atrevía a desahogarse con sus hijos? ¿Qué se lo impedía? Miedo a que la situación empeorara.
¿Cuántas abuelas y abuelos no sentirán lo mismo que nuestra protagonista, especialmente durante estas fiestas? ¿Habrá manera de consolarlos o esto es ya una tendencia irreversible con pandemia o sin pandemia?
¡Qué tristeza! Tal vez muchos justificarán a sus nietos al pensar que así son los jóvenes de ahora, con muchos distractores: la tablet, el celular, el internet, la televisión, los amigos, sus propias broncas, etcétera, etcétera.
Pero nada de esto justifica la indiferencia a las personas mayores; sobre todo cuando son de la familia.
Esperemos que los nietos de la abuela terminen por comprender lo importante que es la figura de los abuelos en la vida de cualquier individuo. ¡Es un tesoro invaluable!
Fuente: Guadalupe Loaeza