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Más allá de los instintos

¿Estamos juntos por amor, o a qué se debe la monogamia? Una de nuestras grandes preocupaciones es encontrar una pareja con quien podamos compartir un momento, un periodo o el resto de nuestros días; casi de manera general, todos sentimos la necesidad de estar acompañados.

Más allá de los instintos¿Estamos juntos por amor, o a qué se debe la monogamia? Una de nuestras grandes preocupaciones es encontrar una pareja con quien podamos compartir un momento, un periodo o el resto de nuestros días; casi de manera general, todos sentimos la necesidad de estar acompañados.

Pero, ¿a qué se debe que formemos parejas monogámicas?, ¿tiene que ver con algo instintivo y con un afán de reproducción y supervivencia de la especie, o hay algo más que impulsos innatos?

Si partimos de la base de que somos animales y como tales hemos evolucionado con fines adaptativos, las explicaciones antropológicas podrían ofrecernos una buena respuesta a esta pregunta.

En la gran mayoría de las especies que se reproducen sexualmente, la supervivencia está basada en la combinación de los genes. Los machos copulan con varias hembras, teniendo así una mayor probabilidad de que sus genes subsistan en un número más extenso de individuos y probablemente hace millones de años sucedía algo similar con nuestros antepasados. Las hembras buscaban aparearse con los machos más fuertes y ellos, de diseminar al máximo su material genético. Sin embargo, llegó un momento en que otros factores fueron más importantes para garantizar la supervivencia de las crías.

Los precursores del hombre empezaron a caminar erguidos y el uso de las manos les dio la posibilidad de servirse de herramientas, defenderse y cargar a sus presas. Pero eso hizo a su vez que los pequeños ya no pudieran asirse al vientre de sus madres y éstas tuvieran que tomarlos en brazos. Con esto era más difícil que pudieran recolectar comida y los dejaba a ambos más vulnerables a ser atacados. La presencia de un macho que proveyera alimento y protección se hizo indispensable, y por otro lado, si bien a él le hubiera convenido tener hijos con múltiples hembras, no hubiera sido capaz de ocuparse de todos y hubieran muerto con más facilidad. Y es así que machos y hembras empiezan a permanecer en pareja, al menos durante el periodo en que sus hijos los necesitaran.

Hasta ese momento podríamos decir que la necesidad de compañía no tenía mucho que ver con el amor, pero sí había algo que hacía que unos se sintieran atraídos hacia otros.

Más que afecto

Ahora, si bien el afecto es algo que nos une, tampoco podemos decir que siempre sea la base fundamental, ni que su presencia garantice la exclusividad sexual de las parejas.

No podemos negar que muchas personas se unen motivadas por presiones sociales, por miedo a la soledad, o porque ven la vida de pareja una manera de salir de los problemas de la familia de origen; y permanecen unidas por la costumbre, la comodidad o porque es lo que corresponde.

Ni tampoco podemos decir que la actividad sexual siempre va ligada al amor. Si bien generalmente cuando hay amor y atracción existe deseo sexual, muchas veces éste también se da en ausencia de un componente afectivo. Si no fuera así, ¿por qué entonces se dan los intercambios de parejas y los encuentros casuales?

No obstante, con infidelidades, encuentros casuales, intercambios, triángulos amorosos, bigamia y poligamia, pareciera ser que la regla general es buscar una persona en especial con quien compartir algo más que una necesidad reproductiva o la satisfacción de un impulso sexual.

Bien dicen que el órgano sexual número uno es el cerebro, y si así es, obviamente, al menos hoy -cuando nos sentimos atraídos por una persona y deseamos compartir un momento, un periodo o el resto de nuestras vidas- no sólo entran en juego los instintos, sino una gran complejidad de factores culturales, emocionales, psicológicos y personales que nos hacen desear estar con alguien.

Fuente: Vivianne Hiriart

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